La humedad de la calle traspasa puertas y ventanas. El aire es espeso, apenas matizado por los aires acondicionados del primer piso. Un delegado de Tiempo Argentino duerme sobre un colchón de una plaza en el suelo de la recepción, en la planta baja; otro, redactor de Deportes, pasa el rato acodado sobre el ventanal del primer piso, los ojos puestos en la calle, la cabeza –contará después- en los hijos que en un rato volverá a ver; unos metros más allá duerme un editor de la sección Sociedad; en el segundo piso, ya amanecidas, dos correctoras y una recepcionista toman mate. La mañana en la redacción de Tiempo se completa con compañeros de Cultura y Espectáculos. Rostros de una noche de sueño difícil, lejos de casa, de la familia, las marcas internas que provoca la lucha por el cobro de los salarios.

La ocupación pacífica del edificio donde se piensa, se discute, se diseña y se escribe el diario es tediosa y compleja de organizar. Hay compañeros que se quedan a dormir, otros que arrancan temprano a la mañana y el grueso de los trabajadores se suma después del mediodía.

Y vuelta a empezar.

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La estadía no es vacacional. Se trabaja. Hay que mantener el orden, la limpieza.

Hay que comer.

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-Vino una señora, dice que es lectora del diario. Pregunta si puede pasar a saludarlos.

-Claro.

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No son las diez de la mañana y llega Lily. Dice que vino a dar una mano, a apoyarnos. Trajo galletitas para el desayuno, y también anécdotas. Habla Lily en una ronda de mate; habla y escucha, oye sobre los problemas, sobre los salarios que no llegan, sobre las ganas de volver a hacer el diario que ella y otros compraban, leían.

Quieren seguir leyendo.

Las galletitas de Lily se suman a las facturas y a una cremona que trajeron tres integrantes de la sección Política. Se amplía la ronda de mate. Llegan compañeros de Corrección, de los suplementos, uno de Sociedad, que trae dos rollos de papel higiénico.

-Me dijeron que ya no quedaba más.

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Cronica permanenciaMedia mañana. Hay que trabajar.
Un redactor de Política y una correctora barren y trapean el suelo. Hay migas, polvo, papeles, basura. Faltan productos de limpieza, faltan toallas, el papel higiénico no va a alcanzar para todo el día.

-Habría que pedirle a la gente que viene a acompañarnos que si puede traiga esas cosas, ¿no?

Asentimos.

Algunos trabajan en este diario, Por más Tiempo. Por nosotros y por ustedes.

Otros limpian, organizan la convocatoria de artistas, personalidades de la cultura, el deporte y la política para la mateada del martes, o arman el cronograma para los días que faltan.

-Tenemos que conseguir comida. No podemos seguir viviendo a facturas y galletitas. ¿Alguien conoce algún restorán o rotisería que pueda darnos algo de canje, al menos para los que se quedan a la noche?

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Colegas de la TV Pública aparecen para cubrir la ocupación. Hablan con un delegado, hacen algunas tomas de imágenes, charlan con los trabajadores.

Los televisores están en silencio; dos ventiladores distribuyen el fresco de los aires acondicionados hacia las esquinas más alejadas.

Los pisos ya están limpios. En unas horas volverán a ensuciarse.

-Nos falta el baño. ¿Quién da una mano?

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Se hace larga la mañana. Lily sigue en la redacción. Ayuda a ordenar, a limpiar, habla. Y escucha, siempre escucha.

¿Se escucha el reclamo fuera del edificio de Amenabar 23?
En uno de los televisores, el informativo de TeleSur da cuenta del conflicto en Tiempo y América. El televisor sigue en silencio. El reclamo se escucha.

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Paguen los sueldos.

No al vaciamiento del Grupo 23.

Vaciadores.

Los que se la llevan.

Hablan las paredes de la redacción. Hay carteles por todos lados, reclamos del salario de diciembre y enero, más el medio aguinaldo, que la empresa no pagó ni dice cómo ni cuándo va a pagar.

Sobre el blanco fondo de una pared lateral, seis planillas acumulan los datos de los empleados del diario. “Contactos”, dice. Figura el nombre, apellido, sección donde trabaja, teléfono y mail de cada uno de los trabajadores de Tiempo. La última de las seis hojas tiene un mensaje escrito a mano:

“Fuerza!!!!”

Cada vez que lo vemos se nos escapan las lágrimas y apretamos los puños.

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Se almuerza sobras de facturas, algunos sanguchitos que caen del cielo, budines y restos de la pastafrola que acercó el domingo la novia de un redactor de Deportes.

-Necesitamos algo de fruta, verdura, algo que no sea harina. Siento que mi cuerpo es engrudo.

Las bromas amenizan la jornada, aunque las risas no abundan. El origen de la tristeza está presente todo el tiempo. Se habla de la deuda, de los rebusques para pagar las cuentas, del ajuste imprescindible para sobrellevar la situación, del futuro del colegio de los chicos, del hasta cuándo y del cómo vamos a seguir con esto.

-Hasta que paguen.

-Y sí. Hasta que paguen.

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Lily pide una computadora. Quiere ayudar a convocar a los artistas para la mateada. Dice que conoce a una banda y algunos cantantes.

Lily es una más.

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Nuevos compañeros se suman a la tarde. Otros pasan con el cepillo de dientes en la mano. Abundan las caras de cansancio, los pelos fuera de sí, las ojeras, las preguntas, la falta de respuestas. La solidaridad.

-Un amigo de una óptica dijo que si necesitamos algo urgente nos vende anteojos al costo para nosotros y nuestra familia.

-Mi mecánico me dijo lo mismo. El que tenga una urgencia, que vaya, no cobra mano de obra, sólo los materiales que tenga que cambiar.

Es muy difícil no emocionarse.

Se repiten las rutinas: unos limpian, ordenan, organizan lo que viene, sacan cuentas, piensan en la cena, cierran notas de Por más Tiempo y se preparan para la fiesta de la noche.

Hay que preparar la calle.

La calle, una vez más, va a ser nuestra.