por Irene Olveyra
Mi padre se sienta en el alero a tomar mate con yuyos. Está encantado porque se vino a pasar su licencia en una zona agreste de Colonia, lejos de las muchedumbres que en estas fechas se reúnen en las playas del este del país. Se dedica a mirar lejos y escuchar el silencio, y de vez en cuando se regocija de su inactividad largando un “¡Unos nervio’..!”.
Decido imitarlo y me armo el mate con su yerba compuesta. Miramos la sucesión de olitas que se forman en el Río de la Plata. Cebo uno y lo tomo despacito. Tiene sabor a mi familia paterna.
Pienso en ese clan de primos y tíos coronado por mi abuela Loly. Hace tiempo que no nos vemos, ha sido un año raro. Solemos reunirnos en la casa de alguna de mis tías y hacemos uno de esos asados interminables, que empiezan a las doce y terminan a las seis de la tarde.
Me resulta curioso cómo ese lado de mi parentela me despierta lo propio y lo ajeno. Todo es sin apuro y en formato familiar. Palabras con un dejo apaisanado que no se sabe si es irónico o auténtico, cuentos de una infancia salteña donde los protagonistas suelen ser la abuela Rosa, los ramillitos de marcela y los tarritos de Redoxon de aluminio, helado triple de esos que viene en una presentación de tres litros, y mis primos tirándose a dormir la siesta en algún colchón con sábanas con florcitas.
Siento que aterrizo en esas tardes chatas desde mi trajín de actividad continua. Me intriga un poco si mis tíos y mis primos vivirán así todo el año, al ritmo del mate compuesto y del helado de frutilla color rosado fosforescente derritiéndose despacito en cuencos de plástico. ¿O será una sintonía en la que entran cuando se reúnen?
Acá es igual. Mi padre se ceba otro mate y me pasa el termo. Re pancho, como dice él. Me pregunto si era así antes de separarse de mi madre, que cuando no está trabajando está andando en bicicleta, o haciendo mandados, o visitando amigos o haciendo gimnasia. ¿Será que se equilibraban un poco? ¿O uno de los dos marcaría el ritmo familiar? Capaz fue por eso que se separaron, la verdad no me acuerdo.
Yo me vine a visitarlo por un par de días, y ahora me siento en el alero y miramos el río y me cebo otro mate con sabor a carqueja, pero mañana vamos a volver por la carretera manejando lento, “despacito, que estamo’ paseando…”, va a decir mientras toma caminos alternativos y me habla de la geografía del lugar, y yo me voy a impacientar y voy a llegar a mi casa contenta de que la yerba no tenga yuyos y las sábanas no tengan flores.