Es muy difícil estar (vivir) sin cobrar el sueldo.
Es angustiante. Te tira para abajo, te da bronca, por momentos incluso te da fuerzas para más, te hace creer que podés y vas a poder con todo, y en otros ratos no das más, sólo querés que esto se termine para seguir adelante con lo que venga. Lo que sea.
Es una cuestión económica, claro, pero es emocional. Algunos tienen la suerte de contar con ayuda familiar, o ahorros, o un laburo extra para bancar los momentos; incluso así, es emocionalmente demoledor.
Así estamos los trabajadores de Tiempo Argentino, donde laburo, y así están muchos de los empleados del Grupo 23. Algunos no cobramos el último sueldo ni el aguinaldo, a otros les adeudan también noviembre, hay colaboradores que no cobran desde hace meses y compañeros del grupo que ya no tienen tareas: su medio dejó de salir.
Mientras peleamos -en la redacción, en la calle y en el ministerio de Trabajo- por regularizar la situación, hay otra pelea que nos excede, pero que también duele. Es la de la opinión pública. La de gente que cree que los empleados somos-pensamos-sentimos-creemos igual que los patrones. Que la línea editorial de un medio es la ideología de cada uno de sus trabajadores. Que los negocios de los dueños nos han hecho millonarios a todos. O que quisimos eso y no nos salió.
En estos días me (nos) han tratado de ladrones, corruptos, KaKa, chorros de lo público, delincuentes, hijos de putas. Cómplices. Nos lo merecemos. Nos lo buscamos. Lo sabíamos y elegimos.
(«Sólo soy un chico de pie frente a una patronal pidiéndole que le pague»)
Son muy, muy pocos los que tienen la suerte de elegir a sus patrones. Los que tienen tanta oferta o tanta plata que pueden darse el lujo de trabajar donde se les canta. ¿Todos miran los antecedentes de los dueños de los bancos antes de ser cajeros o de llevar cuentas? ¿Revisan los balances de los patrones antes de sentarse a cobrar en una caja de un supermercado? ¿Analizan pormenorizadamente quién fue el abogado que los contrató y formó en el primer estudio jurídico que les abrió las puertas? ¿Dejan de jugar al fútbol si el dueño del club es un delincuente?
Somos trabajadores. Trabajamos. Nos gusta lo que hacemos. A mí me encanta lo que hago.
Y, además, pienso. Tengo una manera de pensar, de sentir, de creer, de ver las cosas. Tengo una mirada del país y de mí mismo. Que en ocasiones es o fue coincidente con la línea del diario y en otras ocasiones no lo es y no lo será.
¿Le preguntamos a quién vota a cada periodista de cada medio? ¿Hace falta? ¿O basta con que su trabajo lo haga profesionalmente y pueda separar la información de la opinión, la nota del diario del posteo en una red social? Tal vez sea otro debate, aunque yo tengo, como en todo, mi propia mirada.
Hace casi seis años dejé Olé, del Grupo Clarín, para pasar a esa aventura que era Tiempo Argentino. En un mes se cumplen esos seis años. Seis. Y no hay un día, uno solo, que me arrepienta del cambio, sin que eso implique un cuestionamiento a lo que hacía antes. Trabajé en el Grupo Clarín. No me arrepiento ni me siento cómplice de los negocios de la empresa con cualquier dictadura o gobierno democrático. Trabajo en el Grupo 23. No me voy a arrepentir ni a hacerme cargo de los negociados ajenos.
Trabajo.
El orgullo que me genera trabajar en Tiempo excede por mucho, muchísimo, la línea editorial del diario. Me da orgullo trabajar con los compañeros que tengo. Hay peronistas, hay votantes de la variada izquierda, hay progresistas K y progresistas anti K, hay radicales y votantes de Macri, y hay muchos que no tengo ni la más pálida idea de lo que piensan políticamente, ni si les interesa, ni si leen el diario más allá de las páginas de deportes, espectáculos o el suplemento de cocina. Pero sobre todo hay buenas personas, buenos laburantes, profesionales comprometidos con el periodismo y con los compañeros no sólo del diario sino de todas las redacciones.
Anoche nos quedamos en el trabajo hasta las 2.30 de la madrugada para definir, en asamblea -como siempre se hizo todo- los pasos a seguir en caso de que mañana, sábado 16, la patronal no cumpla con su promesa de pagar el salario. Vinieron compañeros que tenían franco, vinieron compañeros que están de vacaciones.
Dos y media de la mañana.
Cerramos el diario, que hoy está en la calle, y seguimos debatiendo. Hubo discusiones, cruces, miradas contrapuestas, y finalmente se votó, se decidió, y se celebró esa democracia sindical con un aplauso que nos llenó el alma. O al menos a mí, qué se yo…
Tenemos, debo decirlo, la mejor Comisión Gremial Interna de la Vía Láctea -muchos recordarán la expresión-. Así como se puso sobre el lomo las discusiones salariales desde 2010 en adelante, hoy carga con el mayor peso de la lucha contra la patronal, el cara a cara, los llamados telefónicos, la burocracia ministerial y judicial, y también con la calle.
Con esta Comisión Interna, con estos trabajadores, estuvimos estos seis años bancando no sólo nuestras luchas, sino las de las demás empresas del grupo, y las de otras redacciones. Nos movilizamos al ministerio de Trabajo y a las oficinas de las editoras de Diarios y Revistas; a Clarín, a La Nación, a Perfil y a Infobae; a las puertas de canales y revistas de distintos dueños; hemos cortado calles y marchado por la ciudad.
Algunos más, otros menos, pero estuvimos y estamos porque creemos en eso: los trabajadores de prensa no son las empresas. El periodista de Clarín no es Magnetto; el periodista de Tiempo no es Szpolski ni Garfunkel; el periodista de La Nación no es Mitre.
Allá ellos quienes crean o quieran serlo.
Tenemos la suerte y -estoy seguro- la capacidad de trabajar en lo que nos gusta. Nos gusta esto, el periodismo, y lo hacemos donde podemos, donde nos dejan, donde nos contratan, donde nos pagan por hacerlo profesionalmente.
Queremos que nos paguen.
Porque trabajamos y queremos seguir trabajando.
Queremos que Tiempo siga estando en la calle como estos casi seis años.