Por Javier Schurman | Diario Tiempo Argentino
Aunque a nivel nacional el Frente para la Victoria consiguió más votos que la alianza Cambiemos, es el frente que lidera Mauricio Macri el que quedó mejor parado. «Ganó Macri», se escucha y lee en los análisis de los especialistas y de los comunes. Y ganó, es verdad, políticamente, porque entendió cuál es el mejor discurso, cuál es la receta para seducir al electorado. Aunque no haya querido nunca llevar adelante esa receta.
Ganó -siempre con este concepto de sensación de triunfo- porque entendió que «en los países civilizados con democracias de fuerte intensidad, los adversarios discuten y disienten cooperando».
Entendió que hay que «construir políticas de Estado a largo plazo, para de esa manera crear futuro y generar tranquilidad».
Ganó porque «el pueblo ha marcado una fuerte opción por el futuro y el cambio».
Porque -parece- «se trata de cambiar, no de destruir. Se trata de sumar cambios, no de dividir». Se trata, además, de reconciliación: «Hay que reconciliar a la política, a las instituciones y al gobierno, con la sociedad.»
¿Mirarse el ombligo? «No se trata de cerrarse al mundo», comprendió Macri para terminar el domingo con una revolución de alegría. «Se trata, entonces, de hacer nacer una Argentina (…) donde los hijos puedan aspirar a vivir mejor que sus padres».
Ganó Macri, o eso se percibe en las calles, porque (aunque con otras palabras) prometió «cambio responsable, calidad institucional, fortalecimiento del rol de las instituciones con apego a la Constitución y a la ley».
Ganó porque entendió que «el Estado debe ser esclavo de la ley para enfrentar el delito». Y porque demandó «la paz social, el respeto a la ley, a la defensa de la vida». Y, desde ya, también una «real seguridad jurídica».
Ganó, también, porque tiene claro que «el país no puede (…) recurrir a la emisión de moneda sin control».
Ganó Macri, o al menos ganó en el sentir de muchas personas, porque su proyecto «convoca a todos y a cada uno de los ciudadanos argentinos, por encima y por fuera de los alineamientos partidarios, a poner manos a la obra en este trabajo de refundar la Patria».
Porque tiene claro que «atrás quedó el tiempo de los líderes predestinados, los fundamentalistas, los mesiánicos». Y porque transmitió que cada uno debe hacerse cargo de su futuro.
Porque tuvo claro que «pensando diferente y respetando las diversidades, la inmensa y absoluta mayoría de los argentinos queremos lo mismo aunque pensemos distinto». ¿Qué es lo mismo? ¿Qué es lo que se quiere? «Enfrentar con plenitud el desafío del cambio». Porque «cambio es el nombre del futuro».
“Ganó” Macri, ganó el PRO, ganó Cambiemos, o todo el mundo parece haber visto eso, y lo hizo transmitiendo ese mensaje. Un mensaje que no le pertenece, porque no lo siente, no le es propio, no lo armó su equipo de campaña, ni sus guionistas. Esas palabras, cada una de las citas textuales que aparecen en esta nota, pertenecen al discurso de Néstor Kirchner el día que asumió la presidencia, el 25 de mayo de 2003, y que de alguna manera fueron la base del primer gobierno kirchnerista. El alcalde porteño -o su equipo de comunicación- adaptó esas palabras y las llevó a su campaña, las hizo parecer suyas para seducir a un electorado al que no llegaba. Y llegó.
Esa es tal vez una de las grandes victorias de Mauricio Macri, la comunicacional. Y una derrota pesada, difícil de digerir, para el kirchnerismo.
Publicada en el diario Tiempo Argentino el 30 de octubre de 2015.