Soy de la generación de Maradona.
Más joven que Diego, pero de la generación de los que disfrutamos al mejor Maradona. Cuando era chico grité -sin saber muy bien por qué impulso- sus goles a Inglaterra, a Bélgica, sus maravillas en México, y me emocioné cuando levantó la Copa ante Alemania, aunque por entonces no entendía del todo por qué decían que era tan genial si no había metido ningún gol en la final.
Me convertí en integrante de la generación que estaba pendiente del fútbol italiano, que algunas mañanas de domingo se levantaba para ver el único partido que transmitían en vivo, o que después esperaba los resúmenes de canal 9.
Soy de la generación de los que putearon con él cuando los tanos chiflaron el himno, y de los que lloraron cuando le dio el pase a Caniggia para ganarle a Brasil y hacer historia en el Mundial de Italia.
Soy de la generación que también padeció su detención en el departamento de Caballito, la tapa de El Gráfico, sus crisis con las drogas.
Soy de la generación que no entendió su postura política en los 90, pero que volvió a emocionarse cuando se rompió el alma para estar en el Mundial de los Estados Unidos. Con la pelota. Su pelota.
Soy de la generación de los que depositaron esperanzas en Leo Rodríguez, el Burrito Ortega, Aimar y Riquelme, y que entendieron (entendimos) que nuestra generación -la generación de Maradona- no podía repetirse.
Porque somos únicos.
Soy de los que sufrieron las internaciones de Diego, su estar demasiado al borde de la muerte. Soy de la generación de periodistas que tuvo que cubrir la vigilia en la puerta de la clínica Suizo Argentina con el anotador en una mano y el corazón en la otra.
Soy de la generación de los que lloraron cuando vimos a un Diego espléndido frente a las cámaras, en La Noche del Diez, todavía acompañado por la Claudia (y las nenas).
Soy de la generación que trató de explicar infinidad de veces que el amor por Maradona va más allá de sus contradicciones y de sus errores, y que se siente como se siente el amor. Inexplicable.
Soy de la generación que esperó noticias diarias de su estadía en Cuba, y que festejó las imágenes de su vida lejos de las presiones humanas.
Soy de la generación que volvió a renovar sus sueños mundialistas cuando Maradona se puso el buzo de entrenador, que lloró la lluviosa noche de clasificación ante Perú, en el Monumental, y volvió a pegar el puño contra el escritorio el día de la eliminación ante Alemania, ya en Sudáfrica.
Soy de la generación que ve a Maradona cada noche junto a Víctor Hugo en De Zurda, mientras se regocija con las imágenes del pasado y con emotivo silencio se ilusiona con esta Selección, esperando un final maradoniano para decir -con orgullo- que somos de la generación de Maradona.
Y de Messi.
Nota publicada en el sitio Goal.com, el 26 de junio de 2014.